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Caminos de la tarde / El principio de los hechos

2020-2023

Instalación

 

 

 

«Caminos de la tarde. Iniciación en el bosque» es un claro del bosque dentro de un museo. Álvaro Perdices lo ha construido a partir de fotos de otro claro del bosque situado cerca de Bunyola, en la Serra d’Alfàbia mallorquina. El paisaje amable en vez de enérgico, el monte bajo o sotobosque más modesto que intenso de las montañas levantinas finas, claras, olorosas y radiantes que tanto apreciaba Azorín.

Los claros del bosque son lo contrario de los bosques oscuros y aterradores de los viejos cuentos infantiles, el dominio de lo salvaje, las bestias y las personas sin ley ni civilización. Como ha escrito María Zambrano, en los claros del bosque lo que se vislumbra, se entrevé o está a punto de verse se enciende y se desvanece o cesa. Lo inasible parece estar al alcance de la mano. Aunque no sean el destino ni solucionen nada y tampoco haya mapas para encontrarlos, los claros del bosque son lugares de aprendizaje, de revelación: se recorren con una cierta analogía a como se han recorrido las aulas.

El paisaje es pedagogo, apunta José Ortega y Gasset. El claro del bosque de Álvaro Perdices también es pedagogía. Las fotos presentan una escuela en el bosque llamada Ses Milanes. Una etapa de un proyecto en desarrollo que el artista continúa en otras escuelas sin paredes de Tenerife y Vizcaya.

La mejor escuela es la sombra del árbol. Entre árboles y arbustos que nadie ha plantado, los niños y las niñas estudian naturaleza mientras juegan a esconderse y encontrarse. Fuera del aula son algo más que aprendices del orden y la razón. Toda la libertad dentro del grupo, sin reglas, programas ni autoridad, con las puertas abiertas a la experiencia.

Los niños de Ses Milanes están sentados en el suelo. Manejan ramas rotas y hojas, además de lápices y cuadernos de campo. Juegan al escondite, mueven piedras y guijarros, dan saltos y tirabuzones, se van por las ramas. Todo esto y mucho más sucede en el claro del bosque, pero no se muestra en Es Baluard.

La instalación apela a la memoria del espectador, que también fue niño y en la escuela disfrutó más del patio que del aula. Hay presencias latentes e invisibles que es fácil imaginar y sentir. Para empezar, faltan los niños de Ses Milanes porque están jugando al escondite fuera de plano. También son elípticas las figuras de los claros del bosque que pintaron Giorgione o Poussin, así como las brujas videntes de Macbeth, el filósofo que pierde la senda para pensar mejor o el caminante que deja su bastón en el suelo, se sienta en una piedra y saca un cuaderno para anotar algo o dibujar un apunte. Para entender el paisaje hay que dibujarlo mientras se anda.

«Caminos de la tarde. Iniciación en el bosque» no se acaba con ellos. También alude a los artistas que necesitan el aire libre para conocerse, los marinos sin brújula que buscan el norte a oscuras, las personas libres que evitan a conciencia los carriles del Estado y los que transitan caminos del bosque que llevan a ninguna parte.

Álvaro Perdices cree que los árboles no sacrificados son la herencia. Plantea preguntas como por qué la zarza es menos venerable que el árbol longevo. No acepta que la continuidad de la historia de un árbol monumental sea lo más importante. Le preocupa que los olivos trasplantados no tengan apenas raíces ni produzcan nada en su reinventada vida decorativa.

El artista ha trabajado con las grandes obras de arte del Museo del Prado. También ha sido maestro de escuela. Enseña lo que ha aprendido en aulas y exposiciones. Tanto el museo como la escuela son demostraciones de que el arte puede ser plaza pública y claro del bosque, corazón y piedra.

En «Caminos de la tarde. Iniciación en el bosque» los espectadores se convierten en caminantes y el museo se transforma en claro del bosque. Las fotos están tomadas desde un punto de vista bajo. Se aconseja sentarse en el suelo para verlas y sentirlas. O para soñar, como en el poema de Antonio Machado del que sale el título de la muestra.

Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!…
¿Adónde el camino irá?

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